Bitcoin (BTC) continúa operando en una dinámica radicalmente diferente a la que dominaba a comienzos de octubre, cuando el optimismo por un nuevo tramo alcista parecía incuestionable. Dos meses después del shock provocado por el anuncio arancelario de Donald Trump, el precio volvió a estabilizarse en la zona media de los 80.000 dólares, pero el contexto que lo rodea cambió de forma profunda: hay menos apalancamiento, libros de órdenes más delgados y un apoyo mucho más débil por parte de los flujos provenientes de los ETF.
La sensación dominante entre los participantes del mercado es que algo se quebró. No se trata de un colapso visible ni de un desplome continuo, sino de una pérdida de confianza que se refleja en la dificultad del precio para sostener rebotes y en la ausencia de convicción compradora. El contraste con el clima de principios de octubre, cuando se hablaba de la inevitabilidad de nuevos máximos, es marcado.
El punto de inflexión fue el 10 de octubre. Lo que comenzó como una reacción a titulares macroeconómicos terminó convirtiéndose en el mayor evento de liquidaciones forzadas que haya vivido el mercado cripto. La combinación de baja liquidez, alto apalancamiento y operadores retirando órdenes en medio de la volatilidad desencadenó una cascada que arrasó con miles de millones de dólares en posiciones abiertas.
El impacto de ese episodio fue estructural. No se trató de una simple corrección, sino de un proceso de desapalancamiento masivo que reconfiguró el comportamiento del mercado. Cuando las liquidaciones alcanzan cierta escala, el precio deja de reflejar expectativas y pasa a ser el resultado mecánico de márgenes agotados, órdenes automáticas y ventas forzadas ejecutadas en libros cada vez más vacíos.
Uno de los efectos más palpables fue la evaporación de la liquidez cercana al precio. Durante el evento, los principales exchanges mostraron una falta casi total de órdenes de compra próximas al nivel de mercado. Las posturas significativas aparecían varios puntos porcentuales más abajo, obligando al precio a desplazarse de forma abrupta para encontrar contrapartida. Esa fragilidad dejó una huella duradera.
Las altcoins, como suele ocurrir, sufrieron el golpe más duro. Mientras Bitcoin retrocedía con violencia, los activos de menor capitalización fueron arrastrados por liquidaciones en cadena, exacerbadas por la dependencia de momentum y por estructuras de mercado mucho menos profundas. El resultado fue una destrucción de valor que no solo afectó precios, sino también el apetito por el riesgo en general.
Tras el colapso inicial, el mercado entró en una fase de ajuste prolongado. Los market makers redujeron exposición, los traders minoristas achicaron tamaños y cada intento de rebote comenzó a ser recibido con escepticismo. El daño no fue solo financiero, sino psicológico. La experiencia de ver desaparecer liquidez en cuestión de minutos modificó la percepción del riesgo.
En ese contexto, surgieron dudas adicionales sobre el funcionamiento de ciertas infraestructuras y colaterales utilizados para operar. Durante el episodio de volatilidad extrema, algunos activos empleados como garantía mostraron desviaciones de precio significativas en determinados exchanges, lo que amplificó liquidaciones y alimentó la sensación de que los modelos de riesgo podían fallar en el peor momento posible. Aunque las plataformas afectadas tomaron medidas correctivas, el episodio dejó una marca en la confianza.
Dos meses después, los síntomas del nuevo régimen son claros. La profundidad del mercado spot sigue por debajo de los niveles previos al colapso, incluso en períodos de relativa calma. El interés abierto en derivados se redujo de forma notable y no logró reconstruirse, mientras que las tasas de financiamiento permanecen contenidas, señal de que el mercado ya no apuesta de manera agresiva por movimientos direccionales.
A esto se suma el cambio de comportamiento de los ETF de Bitcoin. Durante buena parte del ciclo, estos vehículos actuaron como una fuente constante de demanda. Sin embargo, en noviembre registraron las mayores salidas desde su lanzamiento, debilitando el soporte que muchos operadores daban por sentado. Cuando los flujos se tornan negativos, el impacto sobre el sentimiento es inmediato y dificulta la disposición a comprar caídas.
El mercado cripto también volvió a quedar expuesto de lleno a la dinámica macroeconómica. Bitcoin, que en otros momentos fue presentado como refugio o activo descorrelacionado, volvió a comportarse como un activo de alta beta frente a los vaivenes del apetito por riesgo global. En un entorno donde bonos y oro ganaron atractivo relativo, BTC quedó del lado más sensible de la ecuación.
En síntesis, lo que cambió tras el 10 de octubre no fue una regla escrita, sino el equilibrio interno del mercado. El sistema pasó a operar con mayor cautela, menos colchón de liquidez y una tolerancia al riesgo mucho más baja. Esa combinación explica por qué el precio puede mantenerse estable durante semanas y, aun así, transmitir la sensación de que algo no termina de funcionar.
De cara a los próximos meses, el foco estará puesto en tres variables clave: la evolución de los flujos en ETF, la recuperación real de la profundidad en los libros de órdenes y la salud del apalancamiento y los colaterales utilizados para operar. Si esas piezas no se alinean, el mercado seguirá moviéndose en un terreno frágil, donde cualquier sorpresa puede generar movimientos desproporcionados.
El resultado es un Bitcoin que no está colapsado, pero sí en modo recuperación. La aparente calma esconde un mercado que todavía digiere el mayor evento de desapalancamiento de su historia, y que opera bajo reglas no escritas que, para muchos participantes, se sienten distintas a las de antes.


