El pasado fin de semana, el Madrid Economic Forum 2025 no fue solo un foro económico. Fue, en muchos momentos, un espejo de cómo ha cambiado —y sigue cambiando— España. Organizado por Racks Labs y Abast, con el apoyo de Orion y de Bit2Me —único actor del ecosistema cripto que apostó por patrocinar el evento, tras haber cerrado en 2023 una ronda de 14 millones de euros—. Una cita que reunió a líderes económicos, emprendedores y analistas de primer nivel, no solo en lo económico, sino en lo cultural, en lo político, en la forma misma en que pensamos el futuro: cómo protegemos nuestra libertad, cómo acumulamos y transferimos valor.
Por los escenarios del foro desfilaron más de 7.000 asistentes y un cartel de primer nivel: el presidente argentino Javier Milei, el economista Daniel Lacalle, el divulgador tecnológico Marc Vidal, el emprendedor en serie Martín Varsavsky, el analista político Agustín Laje, el economista Juan Ramón Rallo, y figuras como Esperanza Aguirre o Albert Rivera, entre otros muchos. Un crisol de voces que permitió radiografiar no solo la economía española, sino también los grandes dilemas políticos y culturales de nuestros tiempos.
Entre debates sobre política económica, pensiones, seguridad y criptoactivos, hubo un tema que emergió con fuerza: las monedas digitales de bancos centrales (CBDCs). Y no precisamente en tono celebratorio.
Marc Vidal lanzó una advertencia clara:
«Las CBDCs no son innovación financiera. Son un instrumento potencial de control. Y representan, en muchos aspectos, todo lo contrario de lo que el ecosistema cripto defiende: libertad individual, descentralización y privacidad.»
Su intervención resonó especialmente en un foro que congregó no sólo a economistas y empresarios, sino a politólogos, periodistas, analistas y políticos que llevan décadas observando y moldeando el devenir del país.
Mientras tanto, al otro lado del Atlántico, Latinoamérica avanza en la dirección contraria. En países como Argentina, Brasil, Colombia o Venezuela, la adopción de activos digitales descentralizados —criptomonedas, stablecoins y sistemas de pago alternativos— se ha disparado como respuesta a la inflación crónica, la desconfianza en las monedas nacionales y la necesidad de preservar la libertad financiera. Allí, lejos de demonizar estos instrumentos, millones de ciudadanos los utilizan a diario como refugio de valor y vehículo de intercambio, en un entorno donde la sobre-regulación europea resulta casi inconcebible. El contraste no puede ser más evidente.
Un cambio de paradigma: del ‘milagro español’ a la vigilancia digital
Martín Varsavsky dejó su huella y ‘personal journey’, de emprendedor internacional, caídas y aciertos, y ganas de arreglar los problemas del mundo empresa a empresa, y a su vez, ensalzando España, como país para vivir, innovar y prosperar, no obstante: el cambio.
Como recordó Martín, la España de los 90 era un país en plena transformación: se construía el AVE, se abría la economía, se modernizaban las infraestructuras. Pero también era un país mucho menos digital, menos interconectado… y en cierta forma, más libre en el plano personal.
Hoy, la tecnología ha cambiado el terreno de juego. Las CBDCs, bajo el argumento de facilitar pagos y modernizar el sistema financiero, introducen una posibilidad inquietante: que cada transacción pueda ser monitorizada, trazada, incluso condicionada por decisiones políticas.
«No es ciencia ficción,» subrayó Vidal. «Es un riesgo real que ya vemos en pruebas piloto en otros países. Y España, como miembro de la eurozona, no es ajena a esta tendencia.»
La paradoja del progreso
Lo irónico es que en un foro donde también se celebró la libertad de los criptoactivos y el emprendimiento digital, muchos asistentes coincidieron en que las CBDCs podrían convertirse en el caballo de Troya de un modelo más centralizado y vigilante.
España ha cambiado, sí. Es un país más abierto, más conectado, más integrado en Europa. Pero sigue arrastrando viejos lastres: una mentalidad adversa al riesgo, un entorno fiscal y regulatorio que penaliza la iniciativa privada, y una cultura política que no ha sabido —o querido— fomentar la generación de riqueza. Como señalaron varios de los ponentes, el debate sobre libertad frente a control está más vigente que nunca.
Europa: the elephant in the room
Pero el debate que acabó impregnando muchas de las conversaciones en los pasillos y en los paneles fue aún más amplio: el proyecto europeo.
Políticos, analistas y empresarios coincidían en el diagnóstico: Europa, y especialmente su flanco sur —España, Italia, Grecia, Portugal—, no está logrando generar la suficiente riqueza ni las condiciones para competir en un mundo que avanza a velocidad de vértigo.
La unión monetaria, que hace décadas se presentó como un motor de prosperidad, es hoy una camisa de fuerza que impide a los países del sur desplegar políticas monetarias propias que reactiven su economía. Mientras tanto, la hiperregulación, los impuestos crecientes y la fragmentación burocrática limitan la capacidad de innovar y crecer.
Pero quizá lo más preocupante sea lo que muchos ponentes —como Daniel Lacalle o Pedro Buerbaum— subrayaron: la casi inexistente predisposición a emprender, tomar riesgos y generar riqueza en el sur de Europa.
Una cultura empresarial ahogada por el miedo al fracaso, por un entorno fiscal hostil y por décadas de discurso político que ha demonizado la creación de empresas y la figura del emprendedor.
«¿Cómo se puede construir prosperidad si a quien crea empleo se le penaliza más que a quien lo destruye?», planteó uno de los ponentes en una mesa redonda que arrancó más de un aplauso espontáneo.
Argentina: el contraste que incomoda
En este contexto, el cierre del evento por parte de Javier Milei fue un golpe de realidad. El presidente argentino no se limitó a repetir sus ya conocidos ataques al socialismo. Vino con datos:
- Reducción drástica del gasto público en un 35% real.
- Eliminación de regulaciones obsoletas y simplificación fiscal.
- Superávit financiero en tiempo récord, por primera vez en décadas.
- Crecimiento de la confianza inversora internacional.
- Y un giro cultural que, según sus propias palabras, «ha devuelto a los argentinos la esperanza y la dignidad de prosperar sin el yugo del Estado.»
Su mensaje resonó especialmente en una audiencia que ve con creciente frustración cómo Europa se enreda en debates estériles, pierde competitividad y asfixia a su tejido productivo.
La pregunta quedó flotando en el aire: ¿será capaz España —y Europa— de recuperar el pulso, o seguirá avanzando hacia un modelo de control y estancamiento, mientras otras regiones del mundo apuestan por la libertad económica como motor de prosperidad?
El Madrid Economic Forum 2025 dejó claro que este debate ya no es ideológico. Es existencial. Y empieza a calar, incluso en los círculos más pragmáticos del poder económico y político.
Los ponentes dejaron también un mensaje claro para los ciudadanos: en un entorno cada vez más incierto y controlado, es más importante que nunca cultivar el pensamiento crítico, informarse con rigor, atreverse a emprender y a tomar las riendas de su propio futuro económico.
No basta con esperar reformas desde arriba; la prosperidad de un país se construye también desde la iniciativa privada, la capacidad de generar y acumular riqueza, y el ejercicio consciente de la libertad individual. Porque sin ciudadanos libres y activos, ningún cambio estructural será posible.
